Recent Posts

jueves, 28 de octubre de 2010

Cuento 1.

Parte 1.

Los últimos acordes de Kind of blue se iban apagando mientras vi caerse del ropero una blusa. Esa blusa. Que no se por qué aún vivía en mi ropero. Hacía ya mucho tiempo que no la tenía entre mis manos, entre cuerpo y cuerpo. Siempre como escudo que nunca bajaba las defensas, aunque si lo hiciera. No se nota, no se notaba esa manía de separarse de mi que tiene. No se por qué, pero nunca igual me lo he preguntado. Porque claro, esa blusa no solo vivía en mi ropero, sino que antes ahí solo dormía, solo reposaba luego de roces, discusiones y virtudes que Elie, tiene y chorrea. Tirada ahí en el piso no es una blusa tirada en el piso, sino más bien un trapo tirado en el piso. Ya no es esa blusa escudo, blusa Elie. Es ese trapo tirado porque se cayó de un lugar que no debería existir ya para la blusa y mucho menos para Elie. Viéndola, pensativo, con cierta angustia, no noté que Miles Davis, seguía interpelando mis sentidos, intenté apagarlo sin éxito. No se si el botón no anda o si no aprieto como se debe, maldita tecnología. Debería entenderme y apagar sola la máquina. Necesito pensar en esa blusa, en por que esta ahi descansando mientras me desvelo en este martes a la madrugada. Que calor que hace, encima.

Por qué de nuevo ese calor, por qué de nuevo ese fastidio, esa memoria retorcida, ese buscar en cuevas que están tapadas, que no tienen entrada, en esa osucuridad que da calor, porque en verano todo da calor, hasta lo que se imagina, hasta imaginar al otro imaginando da calor. Por qué Elie de nuevo? Qué hacía entrando otra vez en mi habitación, con el trapo Elie, en el piso, chorreando como ella. Ahi en el piso, durmiendo, dejando el escondite para no volver a usarlo, para meterse dentro de mi cabeza y acurrucándose como un perro sarnoso. No quiero pensarla, pero ya está ahi acurrucada esperando que mis recuerdos otra vez la hagan vivir. El disco casi termina y casi no lo escuché, sino como una marcha de fondo que me describe, que le cuenta al espacio como soy, como estoy sintiéndome ahora que mi mente tiene un habitante extraño esperando resurgir como un animal muerto. Ahi vuelve, es inevitable, Elie aparece en un resplandor fugaz dentro de mi cráneo, y rompiendome los huesos, sale como una mariposa de una crisálida dejándola seca en medio del cuarto.

-Que pasa Carlos?

Fue un rayo fulminante. Un acorde con un estruendo espantoso dentro de mis oídos. Ella estaba de nuevo ahí, en medio del living, notando que el disco se terminaba. Sin la blusa, sino con una remera blanca que siempre usaba.

-Que hace mi camisa acá?. No Carlos, no es una blusa, las blusas son de viejas. Esto es una camisola.

Fue el ring del teléfono el que me sacó de ese trance en donde yo no podía casi coordinar mis pensamientos. Inmediatamente no vi más a Elie, ni tampoco a su blusa.

-Si?
-Carlos? Como andás viejo
-Quién habla?
-Ahh pero que mal estás esta mañana, hermano, no sabés quién te habla? Ricardo soy, no me digas que no me reconocés, no te hagás el distraído como siempre.

Ricardo? Ricardo dijo? Pero si...

-Carlos? Me escuchás? Bueno, no importa, sé que si. Mirá, te llamaba para recordarte que a las 20hs nos encontramos en la esquina de siempre con los muchachos. Lo pude convencer a Tincho, hace un montonaso que no nos encontramos con él, es peor que vos. - terminó la frase con su sonrisa pícara característica, pero eso no me importaba ahora. Lo importante era que esa risita confirmaba quién era. Ricardo, si el mismo personaje que una vez me dejó esperando bajo la lluvia en Avellaneda. Y eso fue hace unos tres años, luego de ese episodio, nos vimos un par de veces más, y luego no supe nada de él desde que...
-Bueno Carlitos, te dejo, se ve que no querés hablar, es muy temprano para vos no? Atorrante querido. Nos vemos, no faltes.

En el silencio exacto de mi cuarto, me quedé casi quieto, colgando lentamente el teléfono, intentando organizar mis pensamientos. Elie, Ricardo, el bar de la esquina, una camisa que no es blusa que no se que es.

Lo primero que atiné a hacer, fue mirar la hora. No sé por qué, no se que quise confirmar, pero eran las diez de la mañana. Ricardo quería verme a las ocho. Ricardo...Ricardo. No puede ser, quería verme a las ocho una persona que hace tres años que no veo. Una persona que sí frecuentaba mucho, éramos amigos, buenos amigos. Y después esas cosas que a veces destruyen las relaciones, se entremetió entre nosotros y no nos vimos más. Como tampoco vi más a Elie. Un día, la vida es normal, es un día como cualquier otro. Pero pasan las horas, el día cambia, los presento, se miran, se desean adelante mío, yo no me doy cuenta, pasan las horas, pasan los días y sin que nadie lo quiera es una situación incómoda, es tu mejor amigo, la mujer de un amigo tiene bigotes, pero sin embargo las cosas pasan, no quisimos lastimarte, los días siguen pasando, se alejan, se disfrutan y mi vida desarmada tiene que empezar otra vez a encontrar un motivo de felicidad. Los días son meses, luego años, uno, dos, y al tercero, es una blusa que aparece cuando nadie lo pidió y otra vez Ricardo, y otra vez Elie. No puede ser verdad. Es que factiblemente verdad no fue, porque Elie desapareció y la blusa también. Pero Ricardo?


Por suerte fue nuevamente el teléfono quién me trajo a la realidad. Era Mario, para decirme la hora y el lugar de la reunión. Como siempre, en un café que está en Rivadavia al 3000 y pico. Necesitaba encontarme con Mario porque quiere contarme sobre un nuevo negocio imposible que va a armar. Generalmente no tienen éxito y generalmente son poco realistas, muchas veces, delirios, simplemente delirios. Pero al menos se anima y cada año, tiene una nueva cosa que compartir. Y a mi, me encanta, porque es soñar despierto en un mundo imaginario. Por alguna cuestión que desconozco, siempre soy el primero en enterarme, quizás la razón sea, que realmente me interesa hablar con él.

Antes de salir. Fui a investigar el ropero. Las cosas estaban en su lugar. Mis ropas de hace unos meses, porque acostumbro a cambiar de vestuario varias veces durante el año, estaban acomodadas como lo suelo hacer. No había ningún indicio visual de aquella blusa que cayó como cae un fruto podrido de un árbol. Recto, sin golpear en ninguna rama y haciendo ruido al quebrar las hojas. Rápido, al piso, estéril. Ningún indicio visual. Sin embargo. Un olor. Un perfume que me era muy familiar, pero que aún no recordaba del todo, o no quería hacerlo. Ese olor que me persiguío durante noches, mientras me retorcían mis pensamientos cuando dormía solo en mi cama. Ese olor, era casi una persona que me molestaba en la habitación, que me violentaba, que se reía en mi cuarto y que inútilmente podía desterrar. Era una triste negación no querer reconocerlo. Si había algo que distinguía a Ricardo, era su perfume francés de pera.

Rivadavia al 3000, unas veinte cuadras. No es tanto, es temprano. Mejor decidí caminar un rato y despejarme.

0 comentarios:

Publicar un comentario