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jueves, 28 de octubre de 2010

Cuento 2

Parte 1

-Entiendo, es raro de explicar, pero créame que le entiendo. No solo a usted se le desfiguran las imágenes. Y no hablo de sustancias que producen ello, porque eso sería fácil de explicar, o de locuras pasajera o crónicas. Sino más bien, de un algo que está dentro y hace que las cosas experimenten cambios repentinos. Aunque siempre su forma sea la misma, no cambia ni un milímetro, el agua sigue siendo agua que corre de la canilla o que gotea del borde de la ventana. Esa mesa sigue siendo la mesa de todos los días. Pero muchas veces la siento moverse. Sé que vibra. Sé que está aprisionada en nuestra realidad. Al menos, en la mía y en la de usted que la está mirando ahora mismo. Podríamos filosofar infinitamente sobre si es o no la misma mesa tanto para usted como para mí, o si realmente existe en nuestro espacio, etcetera etcétera. Eso no es el punto. El punto aquí es que esa mesa, esa silla, ese florero vacío, habla de una manera difícil de explicar, pero mucho más difícil de contener. Y así es con todas las cosas. Sean objetos concretos o canciones que penetran en lo más profundo del oído para golperte bien fuerte ahí adentro donde se guardan las pertenencias de nuestros sentimientos. Si, Julio, es raro de explicar, pero créame que lo entiendo perfectamente.

"entiendo perfectamente..."
Esas palabras, como palomas perdidas mirándome con un solo ojo, como olas de marea baja golpeteando a lo lejos de la costa, pero no tan lejos, sino tanto como para poder nombrar a esa marea baja y que en toda la playa se tenga en cuenta como noticia para entablecer un diálogo sobre mareas y sobre la luna, y sobre que los yankis nunca llegaron en realidad y que calor que hace, pero el agua está tan fría que, mejor, Ricardito no te metas más al fondo querés? A este tipo se le mueven las cosas, le vibran, y le creo, y le creo que me entiende, pero a medias. Porque sé que me está macaneando y está llevándo la conversación a términos más bien semióticos. Pero... cómo hago yo para hacerle entender que todas estas cósas son como vórtices hacia ningún lado, o a todos lados, o hacia paredes que se derrumban sobre otras que se regeneran. Que sé yo de todo esto! Solo sé que ahora mismo, siento como una..., si es así, ahora mismo, mientras miro por la ventana del café a una mujer que cruza la calle cuidando de que no se le suba la pollera con el viento. Es como si todo lo demás no estara, ahora veo a esa mujer que cruza y es un vórtice que me lleva a dónde no sé. Todo sigue igual, yo en el café con Alfredo Mancia, tomando unas cervezas negras, bajo un ventilador que tira aire caliente y poco mueve las servilletas con su soplido, ahí está afuera nomás, ese resoplido de tormenta inacabable por estos días, esa mujer que cruza, ese hombre detrás del puesto de revistas leyendo la última de crónica, y todos son vórtices que me llevan a todo el mundo que está adentro y afuera mío, si es así, ahora mismo, siento como una playa en mis zapatos.

Pocas veces en mis últimos años, que podría llamarlos años más intelectuales por decirlo así, he encontrado personas como Mancia. Me atrevería a sentenciar que en realidad, una o dos personas más son de la misma clase que Alfredo. Entre ellas, se encuetra Esteban, por supuesto. Siempre susurra en mi oído aquella primera vez en que hablamos de los túneles a otros lugares que producen tanto las personas como los objetos. Y es increíble, como estos últimos, a veces, resultan más vertiginosos que las personas, logrando un simple humo de cigarrillo, transportarme hasta quién sabe dónde y de repente sentir que una montaña rusa ha entrado en mis manos y sentir cosquillas en los dedos. "Aunque me veas aquí, yo estuve dentro de este salero", me había dicho Esteban aquella tarde, en que comíamos en el restorán de la Avenida Rivadavia. Recuerdo clara la escena. Habíamos pedido una parrillada para dos personas, que disfrutamos complacientes. hablando siempre de varias cosas, siempre los interrogantes nos acechaban y nos gustaba discutir sobre cosas totalmente irrelevantes para cualquier otro comensal, pero que a nosotros quizás nos dejaba una noche en vela, o al menos, pensando la respuesta para el encuentro posterior que muchas veces era totalemente casual.
El mozo, se habia llevado los platos y los cubiertos, quedando en la mesa, tan solo las copas, las cucharitas para el postre, y el salero. En un momento, me retiré al baño y cuando regresé ya estaba la escena plantada en nuestra mesa. Esteban, miraba fijamente el salero, pero no estaba viéndolo. Ya no estaba en el restoran. sus ojos estaban observando otra cosa que no estaba ahí ni más cerca. ni siquiera sabía bien que es lo que estaba mirando. Yo contemplé la escena unos segundos y vi a =Esteban tan quieto como un árbol. No podía dejar de imaginar a ese árbol que movía su copa por la brisa. Tan cálida, tan tenue y perfumada. Un olor a flores que no podía distinguir pero que me recordaba a las mermeladas caseras de mi abuela en la casona de Villa Ballester. Ahi, me detuve sin querer. No se por qué de repente sesé mis pensamientos como si se cortara la luz. Ese sopetón que siempre tenemos cuando se corta la luz, esa desazón y esa extraña incertidumbre. Cuando vuelvo a mirar a Esteban, el seguía estando en la misma posición, como si todo ese tiempo no hubiera transcurrido nunca. Pero sin embargo, si había transcurrido, porque cuando volví a verlo, yo estaba mucho más cerca de él, más precisamente, sentado en la mesa.
Ese vacío me inquietó sobremanera. No pude meditarlo mucho. Ahí mismo, el mozo se acercó para ofrecernos un rico helado de postre. Esteban, lo miró indiferente, y le dijo que mejor le trajera un flan con crema.

-Te noté como demasiado concentrado - le dije- en que andás vos?
-No te asustes, ni te sorprendas tanto. No es algo tan terrible. Simplemente.. creo que pensaba.
-En? -creo que notó rápidamente que no le creí nada de lo que me había respondido. Si sentí una especie de miedo al verlo inmóvil, con ambas manos apoyadas en la mesa, contemplando casi perdidamente al salero. Creo tambíen que sentí algo de sorpresa, y aunque estaba de acuerdo de que no era tan terrible, lo primero que se me cruzó por la mente, es que algún asunto jodido lo tuviera a maltraer. Simplemente pensaba, pero simplemente, pensaba demasiado.
-Que tipo jodido que sos eh, te me quedás ahí mirando, incrédulo. No te podés resignar con una simple respuesta? Ya con otro, hubiéramos cambiado de tema y estaríamos hablando del partido del domingo.
-Es que, Esteban, te conozco más que vos, eso lo sabés. Aunque estoy convencido de que esta faceta tuya que mostraste recién, no la tenía registrada. Algo te tiene mal, viejo?
-No, no, las cosas me van, digamos... como deben ir. Ni bien, ni mal. Este pequeño lapsus, es otra cosa. Es algo que no se como explicar sin que pienses que es una tontería o que, preocupándote, me tomes por un paranoico.

Un gesto me sobró para hecerle entender lo contrario. Quién más que yo para atender a esos asuntos.
-Mirá, Julio, como decirlo... hay veces, que siento un movimiento en los objetos. En las personas también, pero más que nada en sus objetos, o en partes de su cuerpo, como sus orejas, ojos, o cualquier otra parte. Claro que este movimiento, no lo describo como un movimiento normal, un movimiento físico, sino más bien, que es un movimiento que se produce dentro mío. Podría decir, que cuando veo que algo se mueve, como este salero recién, lo que se mueve en realidad es algo adentro mío. Siento una vibración en los objetos, siento que vibran en mi cabeza, y cuando sucede, el objeto ahora es un túnel. Y me meto en él, por unos segundos, todos mis pensamientos comienzan a aparecer rápidamente y a mesclarse y buscar conecciones donde no las hay, y así disparo ideas y más ideas que no puedo dominar, y mientras voy viajando por ese túnel, voy entendiendo cosas que antes no sabía, pero que apenas al salir de él, se me desvanecen y ya no las recuerdo más, me quedan solo palabras sueltas, o frases sin terminar, solo eso.

No pude hacer otra cosa que comparar lo que me dijo con lo que solía pasarme a mi. De hecho, con lo que acababa de pasarme mientras lo miraba a él. Estas cosas que se mueven, que se esfuman en mi mente y se conviernten en otras cosas, en otros mensajes. Mi mente hace excursiones mientras viaja entre los objetos, podría ser llamada simplemente una persona de gran imaginación, pero no, acá hay algo distinto. ¿Soñar despierto? Puede ser. Ojalá hubiera sido algo sencillo, algo de quince minutos. Algo que no me haga relacionar lo que me pasa con mis pensamientos, junto con lo que le pasa a Esteban y sus viajes sin recordar nada.

- Sabés Julio, aunque me veas aquí, yo estuve dentro de este salero.
No atiné a decirle nada porque lo comprendí.
- Tengo, Julito, algo que decirte, algo que recuerdo. Recuerdo una frase sola, pero tiene que ver con vos, estoy seguro.
Hizo una pausa, soltó la cuchara y me miró suavemente, dudando, parecía que no quería que lo tomara por loco.
-... las flores rojas, Julio. Algo con las flores rojas.

Cuento 1.

Parte 1.

Los últimos acordes de Kind of blue se iban apagando mientras vi caerse del ropero una blusa. Esa blusa. Que no se por qué aún vivía en mi ropero. Hacía ya mucho tiempo que no la tenía entre mis manos, entre cuerpo y cuerpo. Siempre como escudo que nunca bajaba las defensas, aunque si lo hiciera. No se nota, no se notaba esa manía de separarse de mi que tiene. No se por qué, pero nunca igual me lo he preguntado. Porque claro, esa blusa no solo vivía en mi ropero, sino que antes ahí solo dormía, solo reposaba luego de roces, discusiones y virtudes que Elie, tiene y chorrea. Tirada ahí en el piso no es una blusa tirada en el piso, sino más bien un trapo tirado en el piso. Ya no es esa blusa escudo, blusa Elie. Es ese trapo tirado porque se cayó de un lugar que no debería existir ya para la blusa y mucho menos para Elie. Viéndola, pensativo, con cierta angustia, no noté que Miles Davis, seguía interpelando mis sentidos, intenté apagarlo sin éxito. No se si el botón no anda o si no aprieto como se debe, maldita tecnología. Debería entenderme y apagar sola la máquina. Necesito pensar en esa blusa, en por que esta ahi descansando mientras me desvelo en este martes a la madrugada. Que calor que hace, encima.

Por qué de nuevo ese calor, por qué de nuevo ese fastidio, esa memoria retorcida, ese buscar en cuevas que están tapadas, que no tienen entrada, en esa osucuridad que da calor, porque en verano todo da calor, hasta lo que se imagina, hasta imaginar al otro imaginando da calor. Por qué Elie de nuevo? Qué hacía entrando otra vez en mi habitación, con el trapo Elie, en el piso, chorreando como ella. Ahi en el piso, durmiendo, dejando el escondite para no volver a usarlo, para meterse dentro de mi cabeza y acurrucándose como un perro sarnoso. No quiero pensarla, pero ya está ahi acurrucada esperando que mis recuerdos otra vez la hagan vivir. El disco casi termina y casi no lo escuché, sino como una marcha de fondo que me describe, que le cuenta al espacio como soy, como estoy sintiéndome ahora que mi mente tiene un habitante extraño esperando resurgir como un animal muerto. Ahi vuelve, es inevitable, Elie aparece en un resplandor fugaz dentro de mi cráneo, y rompiendome los huesos, sale como una mariposa de una crisálida dejándola seca en medio del cuarto.

-Que pasa Carlos?

Fue un rayo fulminante. Un acorde con un estruendo espantoso dentro de mis oídos. Ella estaba de nuevo ahí, en medio del living, notando que el disco se terminaba. Sin la blusa, sino con una remera blanca que siempre usaba.

-Que hace mi camisa acá?. No Carlos, no es una blusa, las blusas son de viejas. Esto es una camisola.

Fue el ring del teléfono el que me sacó de ese trance en donde yo no podía casi coordinar mis pensamientos. Inmediatamente no vi más a Elie, ni tampoco a su blusa.

-Si?
-Carlos? Como andás viejo
-Quién habla?
-Ahh pero que mal estás esta mañana, hermano, no sabés quién te habla? Ricardo soy, no me digas que no me reconocés, no te hagás el distraído como siempre.

Ricardo? Ricardo dijo? Pero si...

-Carlos? Me escuchás? Bueno, no importa, sé que si. Mirá, te llamaba para recordarte que a las 20hs nos encontramos en la esquina de siempre con los muchachos. Lo pude convencer a Tincho, hace un montonaso que no nos encontramos con él, es peor que vos. - terminó la frase con su sonrisa pícara característica, pero eso no me importaba ahora. Lo importante era que esa risita confirmaba quién era. Ricardo, si el mismo personaje que una vez me dejó esperando bajo la lluvia en Avellaneda. Y eso fue hace unos tres años, luego de ese episodio, nos vimos un par de veces más, y luego no supe nada de él desde que...
-Bueno Carlitos, te dejo, se ve que no querés hablar, es muy temprano para vos no? Atorrante querido. Nos vemos, no faltes.

En el silencio exacto de mi cuarto, me quedé casi quieto, colgando lentamente el teléfono, intentando organizar mis pensamientos. Elie, Ricardo, el bar de la esquina, una camisa que no es blusa que no se que es.

Lo primero que atiné a hacer, fue mirar la hora. No sé por qué, no se que quise confirmar, pero eran las diez de la mañana. Ricardo quería verme a las ocho. Ricardo...Ricardo. No puede ser, quería verme a las ocho una persona que hace tres años que no veo. Una persona que sí frecuentaba mucho, éramos amigos, buenos amigos. Y después esas cosas que a veces destruyen las relaciones, se entremetió entre nosotros y no nos vimos más. Como tampoco vi más a Elie. Un día, la vida es normal, es un día como cualquier otro. Pero pasan las horas, el día cambia, los presento, se miran, se desean adelante mío, yo no me doy cuenta, pasan las horas, pasan los días y sin que nadie lo quiera es una situación incómoda, es tu mejor amigo, la mujer de un amigo tiene bigotes, pero sin embargo las cosas pasan, no quisimos lastimarte, los días siguen pasando, se alejan, se disfrutan y mi vida desarmada tiene que empezar otra vez a encontrar un motivo de felicidad. Los días son meses, luego años, uno, dos, y al tercero, es una blusa que aparece cuando nadie lo pidió y otra vez Ricardo, y otra vez Elie. No puede ser verdad. Es que factiblemente verdad no fue, porque Elie desapareció y la blusa también. Pero Ricardo?


Por suerte fue nuevamente el teléfono quién me trajo a la realidad. Era Mario, para decirme la hora y el lugar de la reunión. Como siempre, en un café que está en Rivadavia al 3000 y pico. Necesitaba encontarme con Mario porque quiere contarme sobre un nuevo negocio imposible que va a armar. Generalmente no tienen éxito y generalmente son poco realistas, muchas veces, delirios, simplemente delirios. Pero al menos se anima y cada año, tiene una nueva cosa que compartir. Y a mi, me encanta, porque es soñar despierto en un mundo imaginario. Por alguna cuestión que desconozco, siempre soy el primero en enterarme, quizás la razón sea, que realmente me interesa hablar con él.

Antes de salir. Fui a investigar el ropero. Las cosas estaban en su lugar. Mis ropas de hace unos meses, porque acostumbro a cambiar de vestuario varias veces durante el año, estaban acomodadas como lo suelo hacer. No había ningún indicio visual de aquella blusa que cayó como cae un fruto podrido de un árbol. Recto, sin golpear en ninguna rama y haciendo ruido al quebrar las hojas. Rápido, al piso, estéril. Ningún indicio visual. Sin embargo. Un olor. Un perfume que me era muy familiar, pero que aún no recordaba del todo, o no quería hacerlo. Ese olor que me persiguío durante noches, mientras me retorcían mis pensamientos cuando dormía solo en mi cama. Ese olor, era casi una persona que me molestaba en la habitación, que me violentaba, que se reía en mi cuarto y que inútilmente podía desterrar. Era una triste negación no querer reconocerlo. Si había algo que distinguía a Ricardo, era su perfume francés de pera.

Rivadavia al 3000, unas veinte cuadras. No es tanto, es temprano. Mejor decidí caminar un rato y despejarme.

viernes, 22 de octubre de 2010

Cuando se acaben las manzanas

¿Cuándo fue el día que todo esto se fue al carajo?
No lo se. Ponerle un día exacto a tal barbarie sería insólito hasta para el más entusiasta buscador de efemérides. Se que cada día es más horrorífico que el anterior. Se nota en la cara de las personas por la calle, en el hollín que se huele en el aire cada vez más espeso y en las raíces secas de los árboles que están desapareciendo.

Hubo un día si, muy recordable que podríamos decir que fue el que originó tal desastre. Fue por mayo, estábamos todos expectantes sobre una guerra lejana, de esas que los yanquis nos tienen acostumbrados. Era el inicio de algo fuerte, de algo que muchos tenían la certeza de que iba a cambiar al mundo. Un día por mediados del mes, creo que el catorce o dieciséis, porque fue más o menos para la fecha de mi cumpleaños veintiséis. En la terraza estábamos preparando un jugoso asado mientras mirábamos por televisión las noticias. Generalmente nos quejábamos de tener una televisión en el quincho, porque siempre está el que se pone a mirar cualquier estupidez o aquél que mira un partido de fútbol cuando en realidad lo importante era que nos juntábamos a comer y por eso muchas veces la apagábamos. Pero esa tarde todas las televisiones del mundo estaban prendidas, porque la gran guerra podía tener consecuencias devastadoras. Mientras el embajador de no se quién se reunía en no se qué país para aminorar el peligro, el otro país enviaba a un canciller para negociar no se que cosa del otro lado del océano y mientras muchos otros políticos aparecían en escena, algunos prometiendo la paz y otros prometiendo más venganza, de repente, de buenas a primeras, no esteramos en un flash informativo, que habían volado la mitad de Nueva York.

Si. No había dudas de que el mundo había cambiado. El color del mundo se tornó negro, rojo y fuego. Dudo que hayan pasado seis horas para que varias ciudades del planeta, siguieran la suerte que corrió la Gran Manzana.

Para que perder el tiempo contando en detalles de lo que pasó en estos cinco años. Las guerras se sucedieron por todo el mundo. Incluso acá, en Buenos Aires hubieron ecos de la guerra. Por suerte no se utilizaron cabezas nucleares. Aunque la guerra ha devastado grandes zonas de la provincia, en mi barrio no hubieron grandes cambios topográficos, por decirlo de alguna manera.
Todo esto ya quedó en el pasado, porque esa guerra se acabó. O se disimuló. En el presente nos quedó el horror. Solo eso, que es suficiente.
Estoy convencido de que los químicos, que diseñaron sus hermosas bombas experimentales, imaginaron que cambiarían al mundo. Quiero creer que lo imaginaron. Porque, ¿Qué justificación tendría todo esto sino? Alguna mente brillante tuvo que estar de acuerdo a la hora de decidir que de buenas a primeras los árboles ya no dieran más frutos, que las plantas de a poco comenzaran a secarse y que los animales se hayan tirado al agua para morir ahogados. Oh, si! Flotan por millares!
Eso si, a esta plaga de zombis, no se la imaginó nadie.
Cuando vi aquel ser humano putrefacto caminando tambaleante por la calle, el más ínfimo cabello o pelusa de mi cuerpo se erizó de manera absurda. El miedo es un sentimiento tan helado en el centro del pecho que no puede contenerse y no es posible liberarlo más allá de un fuerte rugido o un exagerado ataque de pánico. Cientos de humanos que estaban muertos hacía pocas horas, comenzaban a salir de la tierra como insectos y animales deformes. Porque no solo eran cuerpos enteros los que caminaban, sino también pedazos de seres humanos muy descompuestos y nauseabundos. Torsos arrastrándose sin cabeza, con brazos sin manos y dedos sin piel. Estómagos deshaciéndose en las aceras, o en el barro propio de los cementerios. Dios! Lo que era el cementerio de Chacarita. De las tumbas salían ruidos y olores indescriptibles. Golpes eternos desde el otro lado del concreto de la tumba. Gritos mudos, gritos de gente sin lengua ni oídos. De mentes sin cerebros, o de cerebros totalmente confundidos.

Fue inevitable para Juan suponer que su fantasía macabra de que los zombis de las películas fueran ciertos alguna vez, ahora sería posible. Y fue uno de los primeros del grupo en decir la estupidez que luego en los medios de televisión fue dado a conocer como una seria noticia.

"Hay que armarse, antes de que nos vengan a devorar".

Jaja, aún me río al recordar esa frase. Aún me río. Porque, cuando todo es basura y todo es tremendamente absurdo y trágico, la risa es lo único que nos queda. Reírse de esto es lo único que puedo hacer. Porque, no se como pensar, como tragarme la idea de que, desde que el primer zombie apareció en la tierra los hemos perseguido y masacrado sin detenernos a pensar en nada. Absolutamente en nada. Simplemente destrozarlos a golpes. Quemarlos y hacerlos sufrir nuevamente por más que ya estuviesen muertos y ninguno de nosotros sabía realmente si ellos sentían algo.

Juan aniquiló unos cuantos no-muertos. Incluso familiares. Incluso, mascotas de la infancia. Mató hasta hartarse. Cadáveres sobre cadáveres. Cadáveres que volvían a la vida luego de ser matados ya varias veces! Nunca olvidaré al comisario ejecutando de quince maneras diferentes a uno de sus prisioneros.¿Quién podría decirle algo? La justicia está olvidada, la justicia no sabe que objetarle a las personas que matan a personas muertas. La justicia nunca sabe que hacer, porque nosotros tampoco lo sabemos. Juan y tantos otros se hartaron de matar, yo mismo me sentía hartado de ver las matanzas. No voy a decir la tontería de que no maté a ninguno, de hecho, me he llevado varios conmigo. Lo que no podría decir es por qué lo hice. No se si por miedo, por placer, por no saber que hacer, o porque mis cuatro amigos me incitaban a cortarle la cabeza a Rodríguez que había muerto de cáncer hacía unos mes y que lo fueron a buscar mis malditos amigos al cementerio de la Recoleta. El olor del cadáver de Rodríguez era algo espantoso. Podía verse a través de las costillas putrefactas, el estrago que había hecho el cáncer en sus pulmones negros, entumecidos, indescifrables. Aún conservaba su cabello, gran parte de su piel y su garganta parecía intacta al gritar horrorizado mientras lo torturábamos. Cuando su cabeza fue cortada y su cuerpo seguía arrastrándose, Juan se encargó de tirarle nafta y prenderlo fuego.

Muchos creyeron ver entre los no-muertos varias figuras famosas, que no tardaron en ser apaleadas. "Esta es la cabeza de Galtieri" "Este que se arrastra no es …?" Cualquier excusa era válida para hacerse con un no-muerto y volverlo a la tierra de donde salió. Desde Inglaterra llegó la noticia de que muchos creyeron ver a Shakespeare pero no dudaron en reventarlo. Yo nunca creí en esa noticia, porque, la verdad es que no se que queda del pobre William. Ahora, cuando Lenin se levantó de su tumba, muchos imbéciles levantaron sus banderas rojas creyendo una nueva revolución, pero los mismos rusos se encargaron de devolverlo a su estado de muerto tirándolo a una hoguera. Esta vez solo conservaron sus ojos que aún miran desde el mausoleo. Pobre, Lenin. No se tenía respeto por ninguno. Juan, siempre Juan: "A los muertos, mientras no se muevan, se los respeta solo en el cementerio".
¿Cuándo fue el día que todo esto se fue al carajo?
Pensándolo bien, ese día fue hará un par de semanas. Cuando la comida del planeta al fin se acabó del todo y no quedaba más nada que comer. Yo comí la última manzana de la fuente. La desesperación fue total. Y no se tardó en caer en conductas aberrantes. Fue el domingo pasado cuando por mi ventana vi correr a un zombie. Me asomé para ver que pasaba, y vi una turba totalmente enardecida e iracunda persiguiendo al zombie con palos y armas de fuego. Fue la primera vez que me percaté de que era común en esos días ver correr a los zombis. Pero... no era como Hollywood siempre me contó. Ellos esta vez iban delante desesperados, escapando sin extremidades, con una encantadora cara de pavor entre podrida, nauseabunda pero sobre todo real, muy real y los humanos jaja, los humanos…iban detrás de él.
En ese momento caí presa de una confusión. El absurdo me abrumaba a tal punto que tuve que detenerme a pensar. Me senté en el sillón y contemplé por la ventana la calle, el fuego en las veredas, la oscuridad y oí los gritos de humanos vivos que ya me tenían acostumbrado porque los zombis son silenciosos, exceptuando algunos casos donde aún tenían su garganta en condiciones de gritar, como Rodríguez, por los horrorosos dolores que el fuego les producía mientras los quemábamos. Ellos no nos perseguían. Ellos sufrieron la maldición de volver a la vida y ahora están padeciendo la desgracia de un mundo descontrolado, violento, asesino, sin leyes, sin moral... y sin comida.
Salí de mi casa y caminé unas cuadras. Ví en una esquina un grupo de humanos y me acerqué a ellos. Estaban en ronda, en una fogata de donde salía ese olor tan hermoso que los argentinos conocemos. Reconocí entre ellos a Juan. Él estaba a cargo del fuego. Había una tele prendida cerca y estaban pasando las noticias. Es increíble como en un mundo cuasi destrozado, aún siga existiendo la televisión. En ellas un tipo... una especie de sacerdote en Jerusalén estaba encima de una tarima gritando a viva voz en hebreo y con un pedazo de carne en la mano. Yo no entendía nada de lo que decía, pero Juan comprendió todo. Pasó todo al unísono, no supe bien como reaccionar. Juan me miró y se ve que mi cara de sorpresa lo incitó a contestar una pregunta que no hice pero que mi cara preguntó por mi.

"Sabés lo que dice el cura ese? Qué Jesús siempre estuvo muerto, y que él lo sabe porque ESTA -dijo levantando Juan un pedazo de carne que sacó de la fogata - es la pierna con la que caminó por las aguas".

Uno de los idiotas gritó... un aplauso para el asador!

Y ahí si...mi pregunta quedó contestada.