Recent Posts

viernes, 22 de octubre de 2010

Cuando se acaben las manzanas

¿Cuándo fue el día que todo esto se fue al carajo?
No lo se. Ponerle un día exacto a tal barbarie sería insólito hasta para el más entusiasta buscador de efemérides. Se que cada día es más horrorífico que el anterior. Se nota en la cara de las personas por la calle, en el hollín que se huele en el aire cada vez más espeso y en las raíces secas de los árboles que están desapareciendo.

Hubo un día si, muy recordable que podríamos decir que fue el que originó tal desastre. Fue por mayo, estábamos todos expectantes sobre una guerra lejana, de esas que los yanquis nos tienen acostumbrados. Era el inicio de algo fuerte, de algo que muchos tenían la certeza de que iba a cambiar al mundo. Un día por mediados del mes, creo que el catorce o dieciséis, porque fue más o menos para la fecha de mi cumpleaños veintiséis. En la terraza estábamos preparando un jugoso asado mientras mirábamos por televisión las noticias. Generalmente nos quejábamos de tener una televisión en el quincho, porque siempre está el que se pone a mirar cualquier estupidez o aquél que mira un partido de fútbol cuando en realidad lo importante era que nos juntábamos a comer y por eso muchas veces la apagábamos. Pero esa tarde todas las televisiones del mundo estaban prendidas, porque la gran guerra podía tener consecuencias devastadoras. Mientras el embajador de no se quién se reunía en no se qué país para aminorar el peligro, el otro país enviaba a un canciller para negociar no se que cosa del otro lado del océano y mientras muchos otros políticos aparecían en escena, algunos prometiendo la paz y otros prometiendo más venganza, de repente, de buenas a primeras, no esteramos en un flash informativo, que habían volado la mitad de Nueva York.

Si. No había dudas de que el mundo había cambiado. El color del mundo se tornó negro, rojo y fuego. Dudo que hayan pasado seis horas para que varias ciudades del planeta, siguieran la suerte que corrió la Gran Manzana.

Para que perder el tiempo contando en detalles de lo que pasó en estos cinco años. Las guerras se sucedieron por todo el mundo. Incluso acá, en Buenos Aires hubieron ecos de la guerra. Por suerte no se utilizaron cabezas nucleares. Aunque la guerra ha devastado grandes zonas de la provincia, en mi barrio no hubieron grandes cambios topográficos, por decirlo de alguna manera.
Todo esto ya quedó en el pasado, porque esa guerra se acabó. O se disimuló. En el presente nos quedó el horror. Solo eso, que es suficiente.
Estoy convencido de que los químicos, que diseñaron sus hermosas bombas experimentales, imaginaron que cambiarían al mundo. Quiero creer que lo imaginaron. Porque, ¿Qué justificación tendría todo esto sino? Alguna mente brillante tuvo que estar de acuerdo a la hora de decidir que de buenas a primeras los árboles ya no dieran más frutos, que las plantas de a poco comenzaran a secarse y que los animales se hayan tirado al agua para morir ahogados. Oh, si! Flotan por millares!
Eso si, a esta plaga de zombis, no se la imaginó nadie.
Cuando vi aquel ser humano putrefacto caminando tambaleante por la calle, el más ínfimo cabello o pelusa de mi cuerpo se erizó de manera absurda. El miedo es un sentimiento tan helado en el centro del pecho que no puede contenerse y no es posible liberarlo más allá de un fuerte rugido o un exagerado ataque de pánico. Cientos de humanos que estaban muertos hacía pocas horas, comenzaban a salir de la tierra como insectos y animales deformes. Porque no solo eran cuerpos enteros los que caminaban, sino también pedazos de seres humanos muy descompuestos y nauseabundos. Torsos arrastrándose sin cabeza, con brazos sin manos y dedos sin piel. Estómagos deshaciéndose en las aceras, o en el barro propio de los cementerios. Dios! Lo que era el cementerio de Chacarita. De las tumbas salían ruidos y olores indescriptibles. Golpes eternos desde el otro lado del concreto de la tumba. Gritos mudos, gritos de gente sin lengua ni oídos. De mentes sin cerebros, o de cerebros totalmente confundidos.

Fue inevitable para Juan suponer que su fantasía macabra de que los zombis de las películas fueran ciertos alguna vez, ahora sería posible. Y fue uno de los primeros del grupo en decir la estupidez que luego en los medios de televisión fue dado a conocer como una seria noticia.

"Hay que armarse, antes de que nos vengan a devorar".

Jaja, aún me río al recordar esa frase. Aún me río. Porque, cuando todo es basura y todo es tremendamente absurdo y trágico, la risa es lo único que nos queda. Reírse de esto es lo único que puedo hacer. Porque, no se como pensar, como tragarme la idea de que, desde que el primer zombie apareció en la tierra los hemos perseguido y masacrado sin detenernos a pensar en nada. Absolutamente en nada. Simplemente destrozarlos a golpes. Quemarlos y hacerlos sufrir nuevamente por más que ya estuviesen muertos y ninguno de nosotros sabía realmente si ellos sentían algo.

Juan aniquiló unos cuantos no-muertos. Incluso familiares. Incluso, mascotas de la infancia. Mató hasta hartarse. Cadáveres sobre cadáveres. Cadáveres que volvían a la vida luego de ser matados ya varias veces! Nunca olvidaré al comisario ejecutando de quince maneras diferentes a uno de sus prisioneros.¿Quién podría decirle algo? La justicia está olvidada, la justicia no sabe que objetarle a las personas que matan a personas muertas. La justicia nunca sabe que hacer, porque nosotros tampoco lo sabemos. Juan y tantos otros se hartaron de matar, yo mismo me sentía hartado de ver las matanzas. No voy a decir la tontería de que no maté a ninguno, de hecho, me he llevado varios conmigo. Lo que no podría decir es por qué lo hice. No se si por miedo, por placer, por no saber que hacer, o porque mis cuatro amigos me incitaban a cortarle la cabeza a Rodríguez que había muerto de cáncer hacía unos mes y que lo fueron a buscar mis malditos amigos al cementerio de la Recoleta. El olor del cadáver de Rodríguez era algo espantoso. Podía verse a través de las costillas putrefactas, el estrago que había hecho el cáncer en sus pulmones negros, entumecidos, indescifrables. Aún conservaba su cabello, gran parte de su piel y su garganta parecía intacta al gritar horrorizado mientras lo torturábamos. Cuando su cabeza fue cortada y su cuerpo seguía arrastrándose, Juan se encargó de tirarle nafta y prenderlo fuego.

Muchos creyeron ver entre los no-muertos varias figuras famosas, que no tardaron en ser apaleadas. "Esta es la cabeza de Galtieri" "Este que se arrastra no es …?" Cualquier excusa era válida para hacerse con un no-muerto y volverlo a la tierra de donde salió. Desde Inglaterra llegó la noticia de que muchos creyeron ver a Shakespeare pero no dudaron en reventarlo. Yo nunca creí en esa noticia, porque, la verdad es que no se que queda del pobre William. Ahora, cuando Lenin se levantó de su tumba, muchos imbéciles levantaron sus banderas rojas creyendo una nueva revolución, pero los mismos rusos se encargaron de devolverlo a su estado de muerto tirándolo a una hoguera. Esta vez solo conservaron sus ojos que aún miran desde el mausoleo. Pobre, Lenin. No se tenía respeto por ninguno. Juan, siempre Juan: "A los muertos, mientras no se muevan, se los respeta solo en el cementerio".
¿Cuándo fue el día que todo esto se fue al carajo?
Pensándolo bien, ese día fue hará un par de semanas. Cuando la comida del planeta al fin se acabó del todo y no quedaba más nada que comer. Yo comí la última manzana de la fuente. La desesperación fue total. Y no se tardó en caer en conductas aberrantes. Fue el domingo pasado cuando por mi ventana vi correr a un zombie. Me asomé para ver que pasaba, y vi una turba totalmente enardecida e iracunda persiguiendo al zombie con palos y armas de fuego. Fue la primera vez que me percaté de que era común en esos días ver correr a los zombis. Pero... no era como Hollywood siempre me contó. Ellos esta vez iban delante desesperados, escapando sin extremidades, con una encantadora cara de pavor entre podrida, nauseabunda pero sobre todo real, muy real y los humanos jaja, los humanos…iban detrás de él.
En ese momento caí presa de una confusión. El absurdo me abrumaba a tal punto que tuve que detenerme a pensar. Me senté en el sillón y contemplé por la ventana la calle, el fuego en las veredas, la oscuridad y oí los gritos de humanos vivos que ya me tenían acostumbrado porque los zombis son silenciosos, exceptuando algunos casos donde aún tenían su garganta en condiciones de gritar, como Rodríguez, por los horrorosos dolores que el fuego les producía mientras los quemábamos. Ellos no nos perseguían. Ellos sufrieron la maldición de volver a la vida y ahora están padeciendo la desgracia de un mundo descontrolado, violento, asesino, sin leyes, sin moral... y sin comida.
Salí de mi casa y caminé unas cuadras. Ví en una esquina un grupo de humanos y me acerqué a ellos. Estaban en ronda, en una fogata de donde salía ese olor tan hermoso que los argentinos conocemos. Reconocí entre ellos a Juan. Él estaba a cargo del fuego. Había una tele prendida cerca y estaban pasando las noticias. Es increíble como en un mundo cuasi destrozado, aún siga existiendo la televisión. En ellas un tipo... una especie de sacerdote en Jerusalén estaba encima de una tarima gritando a viva voz en hebreo y con un pedazo de carne en la mano. Yo no entendía nada de lo que decía, pero Juan comprendió todo. Pasó todo al unísono, no supe bien como reaccionar. Juan me miró y se ve que mi cara de sorpresa lo incitó a contestar una pregunta que no hice pero que mi cara preguntó por mi.

"Sabés lo que dice el cura ese? Qué Jesús siempre estuvo muerto, y que él lo sabe porque ESTA -dijo levantando Juan un pedazo de carne que sacó de la fogata - es la pierna con la que caminó por las aguas".

Uno de los idiotas gritó... un aplauso para el asador!

Y ahí si...mi pregunta quedó contestada.

0 comentarios:

Publicar un comentario